No son sólo los jóvenes, chicas y chicos, los que, por su natural inclinación a experimentar sensaciones y vivencias novedosas y "molonas" (bien sea para demostrar gallardía y virilidad masculina, para lucir al exterior un complemento de belleza corporal o para aumentar las dosis de sensualidad, en el caso femenino), se ven cautivados mayormente por el mundo del tatuaje y sus múltiples y variopintos diseños que están haciendo crecer cada vez más esta industria tanto a nivel de pequeño emprendedor como de gran empresa, sino son también personas de edades maduras las que se dejan fascinar por los encantos del "mira mi brazo tatuado" que cantaba doña Concha. Hasta tal punto llega el furor que he llegado a oír que algunos padres ya tatuados plantean o toman la muy poco sensata decisión de comenzar a educar a sus retoños en este arte aplicado a su propio cuerpo. Y es que según dicen algunos, cuando uno se hace su primer tatuaje experimenta como una sensación de adicción o de mono (incluso, cual masoquista, le da "gustirrinín" el dolor que le produce cuando le pinchan con el punzón), y ya piensa en hacerse el siguiente... y el siguiente... y el siguiente, y así hasta tatuarse medio cuerpo. No quiero decir que todo el mundo que se tatúe un dibujo única y exclusivamente termine haciendo esto, pero es una posible explicación a la ingente cantidad de morfologías y diseños que pueblan el cuerpo de algunas personas.
Otro asunto de los tatuajes que me preocupa bastante es que estoy apreciando que en ciertas profesiones todos o la gran mayoría de los trabajadores lucen sus brazos, cuellos o piernas tatuadas, y ello me hace pensar que se esté imponiendo poco a poco como una moda que a la larga sea obligatoria para acceder a ciertos empleos, como guardas de seguridad de discotecas, camareros de barra en bares de copas, etc. Esperemos que por la salud mental y física de nuestra sociedad, esta moda no llegue a mayores.
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