Hace unos días visité la interesante exposición temporal sobre Salvador Dalí en el Museo Reina Sofía de Madrid: Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas. Nunca había asistido a ninguna muestra monográfica del pintor de Figueras y salí bastante satisfecho de este primer encuentro con el creador del estilo paranoico-crítico.
El arte surrealista del catalán no deja indiferente a nadie, máxime si lo unimos a la excéntrica personalidad que tuvo en su vida cotidiana, que nos revela una persona capaz de realizar cosas tan nada comunes, o mejor sería decir, tan estrafalarias, como colocarse una chaqueta adherida con vasos rellenos de Peppermint con moscas cristalizadas en su líquido (la cual se exhibe en todo su esplendor en esta muestra para gozo y deleite artístico de todos los visitantes) o sacar en procesión un pan de más de 12 metros. Este carácter estrambótico tan inherente a su figura artística es quizá uno de los elementos del personaje que más atrae al gran público. Las salas del Reina Sofía estaban repletas en su mayoría de turistas extranjeros que contemplaban con estupor y asombro las pinturas y grabados, en su mayoría de estilo surrealista, del insigne pintor catalán.
Pero lo que más me ha llamado la atención es otro aspecto de carácter sociológico. Y es que este mago del surrealismo y las creaciones oníricas ha estado resultando toda una mina de oro no ya para el Museo, que supongo que también, sino para los negocios de hostelería y restauración que pueblan la zona circundante a la galería de arte. Recientes reportajes de televisión han mostrado cómo los restaurantes y bares de Atocha han visto aumentados sus ingresos hasta un 30 o 40% desde que el bueno de Dalí está de visita por Madrid. Raro es el guiri, madrileño o compatriota español que no pase antes o después de visitar la exposición por alguna de las terrazas de los locales que rodean la famosa estación de Renfe. Debo reconocer que yo mismo, llegada la hora de la comida, no pude evitar acogerme a una de las ofertas de menús, tras la fatigada visita matinal.
Es digno de satisfacción que a través del arte, y al menos a nivel coyuntural hasta que concluya esta muestra y su consiguiente peregrinación de curiosos o amantes de la creación daliniana, pueda ayudar a recuperar una mínima parte de nuestra economía. El genio y la personalidad únicos de Dalí han calado muy hondo en la capital de este bendito reino llamado España.
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