Fuente: www.huffingtonpost.es
Cuando apenas habían pasado unas horas del desastre, mientras los desesperados y ansiosos familiares de los pasajeros se esforzaban en buscar su paradero y los cuerpos de las desgraciadas 78 víctimas mortales se encontraban aún calientes, algunos se lanzaban ya cual feroces depredadores a condenar al maquinista del tren, sobre el que se está señalando todos estos días un inquisitorial dedo acusador. Sin haber comenzado siquiera las investigaciones judiciales con el análisis exhaustivo de la caja negra y los vagones, o el estado del tramo en el que se produjo el siniestro, el sindicato de extrema derecha Manos Limpias, cual muestra de oportunismo y haciendo leña del árbol caído, emprendía una denuncia del conductor. Una acción más dentro de la campaña publicitaria de este sindicato para continuar con su protagonismo mediático como abanderado de la moral y las buenas costumbres.
Asimismo, algunas cabeceras de prensa nacional aprovechaban la información que circuló sobre el comentario que hacía un año había escrito el maquinista Garzón en su perfil de Facebook (a día de hoy ya eliminado) relativo a su afición a conducir los trenes a gran velocidad (que hay que entender como un comentario jocoso dentro del gremio, no como un aspecto condenatorio a su persona por el accidente cometido), colocando como titular de portada el día siguiente de la tragedia que Garzón alardeaba de conducir deprisa los trenes, dando a entender que lo hacía regularmente. Vamos, tachándolo como mínimo de loco suicida. Esta falta de sensibilidad sin parangón para con los familiares de las víctimas va unida al titular de portada de hoy de otro diario nacional donde se condena ya al maquinista de un presunto delito de homicidio imprudente, basándose en la imputación de dicho delito por parte de la policía donde se encuentra ya detenido el conductor. Otro diario especulaba, versión de los cuerpos policiales, con la circunstancia de que el mismo estuviera hablando por teléfono minutos antes del descarrilamiento.
Todas estas muestras de buscar un chivo expiatorio a toda costa, en el minuto uno, quitándose de enmedio a las 78 víctimas mortales del fatal suceso evocan la España de siempre, la España cainita que tan magistralmente retrató el escritor republicano Vicente Blasco Ibáñez en sus novelas La barraca o Cañas y barro; una España profunda, regionalista y primitiva que, cual fin justifica los medios, se enfrenta brutal y salvajemente a sus semejantes, con tal de enmendar de forma rápida sus problemas cotidianos, sin garantías para los acusados. O aquella España de Los santos inocentes de Miguel Delibes, que a través de un retrasado mental se condena a la horca a un señorito explotador de obreros.
Con este trágico suceso vemos nítidamente un país que enjuicia y condena sin pruebas: sin escuchar ninguna versión de los hechos quema en la hoguera a la primera persona que tiene delante, por ser la cabeza visible y máximo responsable del tren, despreciando a priori los demás elementos que deben ser analizados minuciosamente para esclarecer los hechos: sistema de seguridad, conversaciones de la cabina, estado de la vía, etc.
Hay que esperar, aún no se tiene ningún dato factible. Especular es de incautos e imprudentes. Las explicaciones, fruto de las investigaciones judiciales, llegarán, tienen que hacerlo, es necesario para la tranquilidad de los familiares, los heridos y los futuros usuarios de trenes, pero lo harán a su debido tiempo, arrojando luz a los hechos y sin el menor atisbo de duda sobre lo que realmente acaeció. Pronto conoceremos hasta dónde llegan las responsabilidades y sabremos si se trató de un error humano o técnico, o una mezcla de ambos. Pero dejemos de condenar a la horca a una persona, que, muchos aún parecen ignorarlo, también es una víctima, y, como todo ser humano, también sintió profundamente la tremenda catástrofe que se había generado.
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