sábado, 5 de mayo de 2012

El instinto primitivo de los hombres

 

El pasado día en que el Real Madrid cantaba el Alirón con motivo de su triunfo de liga número 32, bajando desde Castellana me dejé caer por su enclave sagrado de celebración, Cibeles. Los jugadores blancos se daban el esperado baño de multitudes bajo la típica puesta en escena de ensordecedora megafonía musical Queen, un speaker alabando hiperbólica e inconmensurablemente al equipo blanco y a su afición, y los propios jugadores elevados en un autobús dirigiéndose ilusionados hacia sus fieles, que, portando muchos de ellos banderas, gritaban y vitoreaban como fieras himnos y frases habituales de celebración deportiva.

Este tipo de eventos o concentraciones masivas (bueno, en verdad ésta no tanto) pueden servir para realizar un análisis, más exhaustivo cuanto más tiempo se permanezca en el núcleo informativo, de la sociedad española y para seguir constatando el famoso tópico: "al pueblo, pan y circo".

Los futbolistas son hoy más que nunca aclamados, alabados y adorados como verdaderos dioses e ídolos de masas, tal y como en la Antigua Roma lo eran los gladiadores luchando en el coso. Es bien sabido que si un pueblo se mantiene distraído u ocupado con actividades de ocio como es en nuestros días el fútbol, aleja de su mente por un momento (o por muchos) las necesidades y anhelos que el gestor político aún no le ha dado, los derechos que le va quitando o los problemas que le va causando. En consecuencia, el resultado sería plenamente satisfactorio: la creación de unos individuos adocenados e indolentes que además poseerían una anulación creciente de la capacidad de pensamiento y del sentido crítico.

Y es que hoy en día el pueblo sigue canalizando sus instintos más naturales (así como más primitivos) en espectáculos deportivos, siendo el deporte rey el que más especialmente alimenta el debate, la confrontación o la división entre los seguidores de un equipo y los de otro.

Este último acicate que ofrece, y por qué no decirlo, hasta fomenta, el fútbol, el de la confrontación, puede provocar efectos de especial gravedad para la convivencia entre los partidarios de equipos tradicionalmente enfrentados, como el Madrid y el Barcelona, si degenera en violencia, como por desgracia en ocasiones asistimos en la celebración de determinados encuentros deportivos. En esta misma jornada aclamatoria matritense, pude oír sucesivas exclamaciones de acérrimos defensores de la camiseta blanca tras partir sus héroes, tales como: "¡Puta Barça, puta Cataluña!", "¡Messi, cabrón, saluda al campeón!" o "¡Nosotros sí somos españoles!". Frases que ilustran muy bien y continúan echando más leña en el fuego del eterno enfrentamiento político y social que concibe representada la unidad nacional en el Real Madrid y las ansias separatistas/nacionalistas de Cataluña defendidas en el Barça.

En verdad que el enfrentamiento violento en el fútbol suelen representarlo un puñado de hooligans y energúmenos, como así ocurre también en manifestaciones o concentraciones callejeras convocadas por cualquier causa, pero en cierta medida tal y como está concebido hoy en día el fútbol, como auténtico deporte de masas, más allá de su belleza visual, puede llegar a convertirse en un peligroso motivo para los radicalismos, y lo que resulta más lamentable, para fomentar el odio mutuo entre regiones españolas.

No hay comentarios: